domingo, 14 de septiembre de 2014

Las estrellas




Antaño, hace tanto tiempo que ya no tenemos memoria de él, todas las estrellas de la noche se amontonaban en una sola y resplandecían como el sol. Por eso todas las criaturas amamos a ese sol en cada una de nuestras estrellas interiores.

Las estrellas se hallaban unidas, entrelazadas por finas hebras que las unificaban en su único origen. Pero un día, una de las estrellas, enajenada en el firmamento, voló en medio de la oscuridad, cayendo desde lo alto del cielo hacia el vacío, y cortando en su camino con todos los hilos que la unían con las demás desde su brillante origen.

La estrella cayó sobre el polvo, entre la nocturna soledad, aislada de sus hermanas, de sus miembros, de sus entrañas, de sí. En el frío, se secó. Su luz se ennegreció, llenándose de carbón y agriándose. Alzó los ojos hacia el cielo y odió al sol; odió a las estrellas que eran el sol; se odió a sí misma. Y, queriendo extinguir la luz de las demás estrellas, se infiltró en sus oídos y les murmuró: “pisoteen toda luz que encuentren diciendo: no todo en la vida es bonito y color de rosas, también hay fealdad”. Y un ejército de hombres oscuros se lanzó por las calles a raudales, apagando todo foco de luz que encontraba a su paso, mientras exclamaba: “¡no nos cubramos los ojos con una venda, miremos de cara a la realidad!”. Esta era, para ellos, la oscuridad de la noche, donde sus ojos eran incapaces de ver, donde todas sus estrellas interiores ennegrecían y se agrietaban en nombre del conocimiento, la fortaleza y la autosuficiencia altivos del que abre los ojos a las tinieblas. Gran saber ese, el del Árbol de la Ciencia, saber que aniquiló a todo el que bebió de él.

Y, en medio de la oscuridad, nuestras estrellas entablan una batalla contra aquellas cuya luz se consumió. Les donan su luz; recogen la luz que permanece esparcida y sola; se amontonan; suspiran; las otras les apagan la luz, roban su luz y la extinguen a gran velocidad en furiosos devaneos. Feroz batalla. No creáis jamás en quienes aman más lo feo que lo bello, en quienes prefieren el conocimiento altivo al saber de la ingenuidad.

De repente la luz exhala una figura maravillosa: “No todo en la vida es feo, no todo en la vida es oscuro. Si existe una sola luz, una sola chispa de belleza, esta es suficiente para que fijes tus ojos en ella y construyas un gran imperio de perfección. Y con esa diminuta chispa de belleza has de todo lo feo que toques algo inmensamente hermoso, como un espejo del astro solar.”

Las estrellas son chispas y, cuando se encuentran juntas, cada una de ellas desaparece y es el sol el que resplandece en unidad absoluta. Separadas como individuos, cada una de ellas es el mismo sol entero y único disfrazado de una infinitud de seres, de unos y otros; como la música intemporal cuando se encarna dentro del tiempo en multiplicidad de cánticos arrojados al viento. Estos se entusiasman en sus secretas fibras porque en ellas reboza la música oculta; porque es esta la potencia de sus versos, su naturaleza, el aire en que se mueven y respiran.

Algún día romperán las brillantes frentes las cadenas temporales y espaciales que abren bajo sus pies la división, la corrupción, la enfermedad y la muerte; y el mundo se reestructurará en una semilla redonda, en un lago amplísimo cuyas partes estará prohibido mencionar, porque no existirán; sólo existirá el lago. La oscuridad será exorcizada de las estrellas, como la cizaña del trigo, y lanzada a los abismos, donde nadie perecerá.

lunes, 8 de septiembre de 2014

A mi amada


Extraño a mi amada
como el día extraña a la noche.
Canto como un colibrí enfurecido
bajo el sol de la lluvia.
Entierran los parpados mis sueños
y depositan en mi tumba una flor
como una constelación de estrellas.
¿Qué es, amada, una flor
sino una constelación de estrellas
en la ancha oscuridad del mundo?
Somos dos chispas que crecen juntas
faroles a lo lejos, faroles sin vigía.
Un lazo rojo, una promesa furtiva,
unos labios y una eternidad.
Somos el mismo amor
de cuello dormido
oculto bajo las espinas de las zarzas
que hieren nuestras manos delicadas.
Besaré, cuando regreses blandiendo las nubes
besaré esas manos
con mi boca deshecha en tu boca.

jueves, 28 de agosto de 2014

La divina Safo




La poetisa escribe embriaga versos para una mujer, e imagina su silueta femenil tras los almendros. En la tenue línea que dibuja la penumbra ella delira y desfallece, como una flor deshojándose en las aguas del silencio. Oh, poetisa, ¿escribes versos para tu femenil amante? Y dibuja, y pinta, y canta, todo para su femenil amante. Y los árboles de manzana dan frutos y ella no piensa más que en su amada. Como una sibila, adivina entre el día y la noche a través de las nubes, para ver cuándo llegará ese ídolo claroscuro de sus ensueños. La poetisa, embriagada con los recuerdos fugases del Olimpo, con el vino invisible que destila del cuerpo etéreo de su ideal, con ese elixir que ciega la vista y abre el corazón, se entrega al placer de la poesía. Sus dedos largos como trazos, sus cejas delgadas y arqueadas, sus inmensos ojos y sus labios rojos como el carmesí reclaman su presencia. Desde la lejana isla de Lesbos escribe la lesbia enamorada, con la cabeza recostada sobre una pared, ida, en otro mundo. Desesperada invoca a los mares, clama a Poseidón, clama a Afrodita, clama a Atenea. Para ella los cabellos dorados de su áurea amante traslucen lo divino, todo su furor, y sus ojos como dos perlas de uranio, como dos planetas de las cimas celestes inhabitadas, y su amplia frente y su recta nariz, y su níveo rostro. Y las sandalias de oro de su amante, como ligeras flechas que vuelan en el aire, la atraviesan de estrellas e inflaman su pecho de lluvia. Y qué lindo peplo lleva su amada, como la luna cubierta por el manto de la niebla, pero ella no es semejante a la luna, sino semejante al sol, y más bella que las más bellas, más aún que la hermosa Helena de Troya. Y de pronto su amante de largos cabellos dorados como Apolo, el de la ancha lira, se le presenta montada sobre un reluciente caballo blanco de pura  raza, de pura  sangre, y ella, con el  casco de bronce  sobre  su  inteligente  cabeza, con  la espada  desenvainada y radiante como los furiosos rayos de Zeus tonante, canta versos a su amada: de sus labios brotan versos como rosas.

viernes, 15 de agosto de 2014

Sobre el amor




El amor es un rapto fugaz, que te transporta por un instante a otro mundo. Es el breve parpadeo de la noche, el ir y venir a la deriva en un mar atravesado por olas, el capullo naciente que no muere, el tenue aroma que se evapora en la distancia, escarbando entre los recuerdos olvidados que agitan el alma.

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El corazón es una cascada de sangre, cuyo cauce no tiene fin; y la música, la mano que toca sus heridas más profundas como las cuerdas de un arpa que suspira.

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El alma es una guarida oscura donde habita el amor más abrupto. El amor se desliza en silencio como una sombra y se enraíza lentamente en el corazón hasta hacerlo cautivo.

miércoles, 25 de junio de 2014

Reminiscencia


Su intuición fue tan extraña que es difícil de describir. Fue como si estuviese a punto de recordar algo, pero no alcanzase a recordarlo; como si estuviese a punto de alcanzar un estado que había perdido. Entonces sintió una sensación muy extraña, como al cruzarse por nuestro camino un olor que nos recuerda alguna época remota y nos genera ensimismamiento, sacándonos fuera de nos e inspirándonos. Repentinamente, como si fuese un recuerdo pero sin serlo, su mente empezó a recrear una imagen. La imagen -que en realidad no era una imagen, pero que debe ser traducida de algún modo al lenguaje humano- era así:

<<Era durante un atardecer, entre la niebla, en medio de la penumbra, cuando de súbito apareciste tú, mi amor imposible, en una figura difusa. Me dijiste: “ven, acércate, te voy a contar un secreto”. Yo me acerqué y tú, lentamente, me susurraste algo al oído. De súbito toda mi realidad se desfiguraba y se transformaba: todo se comprendía y era claro. 

El mensaje no se puede traducir al idioma humano, pero intentaré realizar un acercamiento:

Me dijiste algo como: “¿Tú me amas? Mira detrás de ti, soy yo. Mira dentro de ti, soy yo. ¿No sabías quien era? Estoy en ti. ¿Me buscabas? Siempre me tuviste. Desde siempre aquello que has buscado fuera de ti es aquello que está dentro tuyo. Somos una persona y la misma y nos amamos desde siempre. Tú contemplas lo hermoso porque tú tienes lo hermoso. Somos aliadas en el amor.”>>

domingo, 8 de junio de 2014

Mal de amor



“Estoy perdidamente enamorada de un amor imposible y no existe remedio alguno, no existe cura para el mal de amor sobre la faz de la Tierra entera” –murmuró la doncella- “el dolor, las penas, la melancolía, todo se debe sobrellevar con las lágrimas, sintiendo a flor de piel los abismos de la tristeza y cantándola en poesía, porque no existe remedio cuando se ama lo imposible”.

De súbito, descendió desde el Olimpo, vestida toda de tul, Afrodita Cipria, la que a las aguas remece, y le entregó un frasco de cristal purpúreo diciendo: “He aquí, doncella, que me he compadecido de tus suplicas y te entrego el remedio. Debes beber un sorbo del frasco mágico que te obsequio y tu amor cesará en el acto, con todo el sufrimiento que implica.”

La doncella tomó en sus manos el frasco y lo contempló. Corrió con arrebato hacia la baranda de un antiguo puente que cruzaba un río azul. Furiosa, lo lanzó al río, lo más lejos que pudo, mientras cantaba al viento: “¿Sufrir eternamente o eternamente huir de lo bello? Prefiero sufrir ante lo bello eternamente. Lo peor que puede ocurrirle a un ser humano, aún peor que sufrir por amor, es no amar.”

jueves, 24 de abril de 2014

¿Qué es el amor?



El Amor es un principio absoluto y eterno que obra en los seres. Ese obrar que el Amor ejerce es la unificación interna de todas las entidades, la fusión de los espíritus en su seno. A su vez, el acto de ser conciente del Principio amoroso que obra en uno mismo es el sentimiento de Amor. Como ese acto de ser conciente se da a un nivel muy íntimo, que muchas veces no logra abarcar a la conciencia completa, no suele ser traducido a términos racionales como lo hago ahora.

Cuando aquel motor inmóvil, el Amor absoluto, principio autosuficiente, obra en un ser su potencia virtuosa, este es impulsado por aquella fuerza de manera inviolable. Una vez que la semilla del Amor se introduce en el corazón del ser al cual enamora, se torna en un poder irresistible capaz de todo, en una fuerza incontrolable que se manifiesta en la propia voluntad, transmutándose en ella. En ese instante acaece el acto mágico: la voluntad del ser enamorado es el poder del Amor, es decir, la voluntad del amante es la voluntad del Amor: es una sola voluntad la que impera. Y aquella voluntad amorosa impulsa al ser a realizarla mediante todas sus posibilidades, mediante actos de Amor, mediante la manifestación de la voluntad de Amor.

La voluntad amorosa es la que impulsa al ser a manifestar en el plano físico la misma unión que se presenta en el espiritual, como la luz que desciende desde el cielo hasta la tierra. La voluntad amorosa tiende a realizar aquello que abriga, busca exteriorizar la realidad interna e interiorizar lo externo en una unidad indivisa donde la diferencia entre lo externo y lo interno desaparezca: engulle el círculo a todo lo de afuera, desde dentro; como el ser que desde su interior exterioriza en un abrazo su sentimiento de Amor y con él engulle en espíritu al ser que abraza.

Debido  a que el  Amor obra unificando a los seres  interiormente, en espíritu, activa la sensibilidad de ellos, es decir, la facultad que permite a un ser sentir en “carne propia” lo que el otro pueda estar sintiendo. Aquella sintonización espiritual con los demás seres es propia de los lazos internos, arrojados por el Amor, que los une desde dentro. Por ende, si un ser se encuentra unido interiormente con los otros por obra del Amor, no les causará daño, no los herirá, por el contrario, se esmerará por plasmar la felicidad de aquellos. Porque lo que ellos sientan él lo sentirá. Eso es la sensibilidad, fuente de la verdadera bondad, la cual es universal.

La bondad falsa, por el contrario, no se origina en la sensibilidad, sino en la moral y sus reglas, lo cual la torna relativa en lugar de universal. Mientras que un ser con verdadera bondad se esmerará en hacer felices a los demás sin preocuparse por las formalidades, un ser con falsa bondad estará más preocupado de formalidades como, por ejemplo, usar velo, realizar un acto determinado durante un día especifico de la semana, no mantener relaciones amorosas sin establecer el matrimonio, etc., incluso será capaz de subordinar la felicidad de los demás a aquellas formalidades.

Un ser sin Amor padece el mal de la insensibilidad, pues al no estar su espíritu próximo al de los otros seres, no será capaz de sintonizar su voluntad con ellos, de tal forma que mientras un ser sufre él podrá estar alegre, sin experimentar en sí mismo el sufrimiento que el otro padece. Un claro ejemplo de este tipo de personas son aquellas que asisten a las corridas de toros sin sufrir el mal que el pobre animal sufre, sino por el contrario, gozándolo. También son ejemplo de eso los individuos que marginan a sus hermanos espirituales, los otros seres, por diferencias formales que se desvían de lo esencial, que es el Amor. Ejemplos de eso son el racismo, el machismo, la homofobia, el clasismo, la xenofobia, etc. El Amor busca unir, no dividir. El amor no divorcia, enlaza. 

Son muchas las manifestaciones del Amor, diversas, únicas, y todas hermosas como la fuente de la cual provienen. Personalmente opto por tomar como símbolo del Amor a las Enamoradas, a las Amantes, pues considero  que el amor  idílico entre  mujeres es el más sublime de acuerdo a mi naturaleza particular. 

Hágase la voluntad del Amor a través de los corazones que actúan en su Nombre, de las criaturas enamoradas, colmadas de puro Amor. Este mensaje se dirige a quienes abrigan en sí la voluntad de Amor:

En la sensibilidad te canto
que el maravilloso don está de las criaturas.

viernes, 18 de abril de 2014

El amor es voluntad



En variadas ocasiones he percibido en ciertos hombres “enamorados” algo curioso que mi sentir no comprende. Ellos han realizado actos altruistas y se han sacrificado estando enamorados, pero, luego, arrepentidos de lo hecho, han afirmado que la causa de sus actos era que “estaban enamorados”, como si eso los redimiese del bien obrado. Esto lo expresan como si el amor fuese una fuerza ajena a ellos y a su intención de obrar, una fuerza al margen de su voluntad, que lo que hiciese es alienar a esta de modo que los condujese a obrar de un modo que en realidad no quieren obrar. Así, el amor sería una fuerza que los posee y los manipula, los enajena, los droga y los esclaviza en lugar de hacerlos libres. Muy por el contrario, yo considero que el genuino amor, que nace del espíritu y del alma, de lo profundo de nuestro ser, es una manifestación nítida de nuestra propia voluntad, de modo que cada acto obrado bajo esa fuerza es fruto de nuestra volición libre de trabas, de nuestra volición inspirada, insuflada, radiante, más poderosa que nunca y, por lo tanto, la responsabilidad es enteramente nuestra. El amor es, pues, una fuerza interna a nosotros que nace desde nosotros, que inspira y fortalece nuestra voluntad, no una fuerza ajena que desde el exterior nos controla como marionetas y nos hace hacer lo que no deseamos. En ese punto difiero de los hombres que conocí: si enamorada digo o hago algo, eso es certero y real, y no lo digo o hago algo simplemente porque “estoy enamorada”, sino porque el amor es mi voluntad misma, de la cual no reniego. Así, cabe distinguir entre el amor que termina por ser como una droga que uno consume y bajo cuyos efectos ya no es libre de ser como es o como quisiera, y el amor que, por el contrario, consigue hacer que uno sea más uno mismo y que su voluntad se torne de hierro, perfectamente en sí, brindándole la fortaleza para luchar contra viento y marea por lo que realmente ama. Este último tipo de amor, el certero, el que nace desde lo profundo de la voluntad y la fortifica en lugar de debilitarla y doblegarla, es el que se me ha revelado en mi amor hacia Ella. El auténtico amor no existe sin libertad y no se sostiene sin ella, pues esta representa toda la fuerza necesaria, toda la realidad y toda la voluntad, el fundamento radiante que inflama al espíritu en el fuego de una pasión sublime y verdadera. Todas las locuras que mi espíritu cometa bajo los efectos del misterioso amor serán locuras plenamente voluntarias, plenamente de mi espíritu, plenamente de mí ser. Un huracán de locuras como una danza gélida en mi espíritu, como una danza montés a ras del viento, en la cúspide de mí, embriagada de puro Olimpo, de puro ser. ¡Cuántas puertas de bondad y altruismo abre el amor a la voluntad! ¡Cuánta motivación de hacer el bien al ser amado y de entregarse sin solicitar nada a cambio, pero deseándolo todo en la llama viva de la ilusa esperanza! El amor es el motor interior que extrae lo mejor de nosotros, nuestra parte más generosa y noble.

jueves, 17 de abril de 2014

El príncipe que amaba




Había una vez, en un remoto reino más allá de las montañas del Este, un príncipe cuya hermosura era tal, que hechizaba a todas las doncellas y damas que lo miraban. Era más bello que el mismo Narciso y no había mujer que no lo mirase, que no lo persiguiese y lo amase.

Sin embargo, el príncipe no se encontraba satisfecho con su aspecto ni con lo que este generaba en las mujeres, porque se percataba de que todas lo amaban por su cuerpo y no por su espíritu, lo cual lo entristecía. Él estaba perdidamente enamorado del espíritu de una doncella que vivía en el pueblo. Pero no se atrevía a confesar su amor, y ocultaba ante ella y ante los demás sus sentimientos, pues temía que, como las otras, ella no lo amase por su espíritu sino por su cuerpo. Afligido el príncipe lloraba sin consuelo todas las noches.

Una tarde se le ocurrió una brillante idea: decidió huir del reino, muy lejos, a remotas tierras, para buscar el consejo de una sabia maga que vivía al otro lado de las montañas. Esa noche se montó sobre su caballo y escapó del castillo haciéndolo galopar tan rápido como pudo. Durante siete días y siete noches recorrió sin descanso gigantes territorios y largos caminos, atravesó ríos y escaló montañas, hasta que finalmente se encontró con una pequeña cabaña en lo profundo del bosque. Bajó de su caballo y tocó la puerta. Una anciana lo recibió. Era ella, Morgana, la hechicera que buscaba.

El príncipe la saludó con un gesto de reverencia, se arrodilló ante ella y le besó la mano. Morgana, sabia anciana que vivía sola en lo profundo del bosque, la de largas túnicas, le preguntó a que se debía su visita. Él le contó sobre su enorme tristeza, sobre el terrible maleficio con el que había nacido su cuerpo, maleficio que inducía a que no le amasen por su espíritu, sino por su apariencia viril. La sabia Morgana, tomándolo de la mano, le dijo que no se preocupara, que existía un remedio para aquello. El príncipe afirmó que temía que la doncella a quien él amaba por su espíritu, su Señora, no lo amase a él de la misma forma, sino por su varonil cuerpo, como las demás. La hechicera, con un gesto de sosiego en el rostro, le aconsejó que se hiciese pasar por una mujer, para que ella no viese su cuerpo como realmente era, y que si aún disfrazado lo amaba por su espíritu, entonces sería digna. El príncipe aceptó la oferta y la hechicera le entregó un polvo mágico que le daría la apariencia de mujer durante cuatro horas. Antes de que el príncipe se fuese, Morgana le advirtió tres veces que tuviese mucho cuidado, porque si estando bajo los efectos del polvo mágico se mojaba con agua, aunque fuese una sola gota, quedaría transformado en mujer para siempre. El príncipe se despidió agradecido de Morgana, se subió a su caballo y retornó al reino.

Desde su habitación en el castillo le escribió una carta anónima a su amada, y se la dio a un heraldo que vestía como hombre de pueblo, para que se la entregase. Era una carta que le proponía negocios muy fructíferos, que la levantarían de su pobre condición. Ella, al recibirla, se alegró mucho y aceptó la propuesta.

El príncipe se encontró con ella para la realización de los negocios. Esto volvió a ocurrir a menudo, durante un año. Pero cada vez que iba a verla, se rociaba cuidadosamente con el polvo y, antes de las cuatro horas, regresaba a su palacio. Con apariencia de mujer, se aproximaba a ella a menudo y le aconsejaba cada vez que necesitaba ayuda, le contaba sus alegrías y sus penas, sus experiencias, hasta sus pensamientos más recónditos, salvo el amor que le profesaba y su condición de príncipe. Logró entablar un lazo estrecho, al menos así lo parecía. Largas fueron las conversaciones que mantuvieron.

Hasta que un día ambos acordaron verse al lado de un inmenso lago llamado El Espejo del Cielo. El príncipe acudió con su apariencia de mujer, como de costumbre, y, cuando vio aproximarse a su amada, la saludó. Entonces le confesó su amor: “Yo te amo, como el día ama a la noche. Te amo, como los planetas aman al sol. Como ellos, mi vida gira  en torno  a la tuya. Te  amo con  la fuerza  de la  tierra y  el poder del cielo.”. “¿Tú?” - le inquirió ella con tono despectivo - “¿una mujer?”. El príncipe le preguntó: “¿Atiendes a mi cuerpo o atiendes a mi espíritu? ¿De qué te has enamorado?”. Ella, entonces, negó el amor del príncipe, se alejó de él con un gesto de repugnancia y dijo: “no te veré más”.

Pero las cuatro horas habían transcurrido y el hechizo empezó a desvanecerse, y de la doncella que era, el príncipe se transformó en un hombre hermosísimo, se reveló con su verdadero cuerpo viril. Su ingrata amada, al percatarse del hechizo y aturdida ante tanta hermosura y, principalmente, ante su enorme virilidad, le rogó que la perdonase. Clamó de rodillas que lo lamentaba, que en realidad si lo amaba, y él le respondió: “¿amas a mi espíritu o a mi cuerpo?” Y cuando ella afirmó amar a su espíritu, él, triste, le dijo: “No es así, porque si hubieses amado a mi espíritu lo amarías aún en el cuerpo de una mujer, porque mi espíritu siempre fue el de un príncipe”. Terminó de decir esto y, en medio de su despecho, tomó el polvo mágico que quedaba, se lo arrojó encima transformándose de nuevo en una mujer y se lanzó a las aguas del lago, quedando transformado, así, para siempre en una mujer.

Cuenta la leyenda que quienes sufren de amor y pasean cerca del lago durante la noche, contemplan a una figura femenina que solloza, y que es la del príncipe transformado. Se cree que los deseos de amor que se le pidan serán concedidos.

miércoles, 16 de abril de 2014

Sobre la naturaleza desinteresada del amor




Oh, maravillosa, ¿creéis que el amor no es atraído, por fuerza, por la virtud? Amáis a alguien porque posee algo en su ser que os embelesa, algo indescriptible, ora porque es hermoso, ora porque es inteligente, ora porque porta cualidades de personalidad que os insuflan dicha. Si os amo es porque inspirasteis aquello en mí, por lo cual sois verdaderamente digna. El sentir no puede sustraerse a las leyes que lo rigen. El amor no es factible de ir contra su propia naturaleza, la cual tiende hacia la belleza. ¿Por qué decís que no podéis ofrecerme más que sombras? Sé que no me amáis, pero ¿quien os dijo que el amor fuese criatura de transacciones, que meramente se permitiese ser en tanto fuese correspondido, en tanto conviniese? El amor desconoce la ciencia del cálculo. No espero que vuestra merced me ame. Sin embargo, os lo ruego, permitidme a mí amaros.