jueves, 24 de abril de 2014

¿Qué es el amor?



El Amor es un principio absoluto y eterno que obra en los seres. Ese obrar que el Amor ejerce es la unificación interna de todas las entidades, la fusión de los espíritus en su seno. A su vez, el acto de ser conciente del Principio amoroso que obra en uno mismo es el sentimiento de Amor. Como ese acto de ser conciente se da a un nivel muy íntimo, que muchas veces no logra abarcar a la conciencia completa, no suele ser traducido a términos racionales como lo hago ahora.

Cuando aquel motor inmóvil, el Amor absoluto, principio autosuficiente, obra en un ser su potencia virtuosa, este es impulsado por aquella fuerza de manera inviolable. Una vez que la semilla del Amor se introduce en el corazón del ser al cual enamora, se torna en un poder irresistible capaz de todo, en una fuerza incontrolable que se manifiesta en la propia voluntad, transmutándose en ella. En ese instante acaece el acto mágico: la voluntad del ser enamorado es el poder del Amor, es decir, la voluntad del amante es la voluntad del Amor: es una sola voluntad la que impera. Y aquella voluntad amorosa impulsa al ser a realizarla mediante todas sus posibilidades, mediante actos de Amor, mediante la manifestación de la voluntad de Amor.

La voluntad amorosa es la que impulsa al ser a manifestar en el plano físico la misma unión que se presenta en el espiritual, como la luz que desciende desde el cielo hasta la tierra. La voluntad amorosa tiende a realizar aquello que abriga, busca exteriorizar la realidad interna e interiorizar lo externo en una unidad indivisa donde la diferencia entre lo externo y lo interno desaparezca: engulle el círculo a todo lo de afuera, desde dentro; como el ser que desde su interior exterioriza en un abrazo su sentimiento de Amor y con él engulle en espíritu al ser que abraza.

Debido  a que el  Amor obra unificando a los seres  interiormente, en espíritu, activa la sensibilidad de ellos, es decir, la facultad que permite a un ser sentir en “carne propia” lo que el otro pueda estar sintiendo. Aquella sintonización espiritual con los demás seres es propia de los lazos internos, arrojados por el Amor, que los une desde dentro. Por ende, si un ser se encuentra unido interiormente con los otros por obra del Amor, no les causará daño, no los herirá, por el contrario, se esmerará por plasmar la felicidad de aquellos. Porque lo que ellos sientan él lo sentirá. Eso es la sensibilidad, fuente de la verdadera bondad, la cual es universal.

La bondad falsa, por el contrario, no se origina en la sensibilidad, sino en la moral y sus reglas, lo cual la torna relativa en lugar de universal. Mientras que un ser con verdadera bondad se esmerará en hacer felices a los demás sin preocuparse por las formalidades, un ser con falsa bondad estará más preocupado de formalidades como, por ejemplo, usar velo, realizar un acto determinado durante un día especifico de la semana, no mantener relaciones amorosas sin establecer el matrimonio, etc., incluso será capaz de subordinar la felicidad de los demás a aquellas formalidades.

Un ser sin Amor padece el mal de la insensibilidad, pues al no estar su espíritu próximo al de los otros seres, no será capaz de sintonizar su voluntad con ellos, de tal forma que mientras un ser sufre él podrá estar alegre, sin experimentar en sí mismo el sufrimiento que el otro padece. Un claro ejemplo de este tipo de personas son aquellas que asisten a las corridas de toros sin sufrir el mal que el pobre animal sufre, sino por el contrario, gozándolo. También son ejemplo de eso los individuos que marginan a sus hermanos espirituales, los otros seres, por diferencias formales que se desvían de lo esencial, que es el Amor. Ejemplos de eso son el racismo, el machismo, la homofobia, el clasismo, la xenofobia, etc. El Amor busca unir, no dividir. El amor no divorcia, enlaza. 

Son muchas las manifestaciones del Amor, diversas, únicas, y todas hermosas como la fuente de la cual provienen. Personalmente opto por tomar como símbolo del Amor a las Enamoradas, a las Amantes, pues considero  que el amor  idílico entre  mujeres es el más sublime de acuerdo a mi naturaleza particular. 

Hágase la voluntad del Amor a través de los corazones que actúan en su Nombre, de las criaturas enamoradas, colmadas de puro Amor. Este mensaje se dirige a quienes abrigan en sí la voluntad de Amor:

En la sensibilidad te canto
que el maravilloso don está de las criaturas.

viernes, 18 de abril de 2014

El amor es voluntad



En variadas ocasiones he percibido en ciertos hombres “enamorados” algo curioso que mi sentir no comprende. Ellos han realizado actos altruistas y se han sacrificado estando enamorados, pero, luego, arrepentidos de lo hecho, han afirmado que la causa de sus actos era que “estaban enamorados”, como si eso los redimiese del bien obrado. Esto lo expresan como si el amor fuese una fuerza ajena a ellos y a su intención de obrar, una fuerza al margen de su voluntad, que lo que hiciese es alienar a esta de modo que los condujese a obrar de un modo que en realidad no quieren obrar. Así, el amor sería una fuerza que los posee y los manipula, los enajena, los droga y los esclaviza en lugar de hacerlos libres. Muy por el contrario, yo considero que el genuino amor, que nace del espíritu y del alma, de lo profundo de nuestro ser, es una manifestación nítida de nuestra propia voluntad, de modo que cada acto obrado bajo esa fuerza es fruto de nuestra volición libre de trabas, de nuestra volición inspirada, insuflada, radiante, más poderosa que nunca y, por lo tanto, la responsabilidad es enteramente nuestra. El amor es, pues, una fuerza interna a nosotros que nace desde nosotros, que inspira y fortalece nuestra voluntad, no una fuerza ajena que desde el exterior nos controla como marionetas y nos hace hacer lo que no deseamos. En ese punto difiero de los hombres que conocí: si enamorada digo o hago algo, eso es certero y real, y no lo digo o hago algo simplemente porque “estoy enamorada”, sino porque el amor es mi voluntad misma, de la cual no reniego. Así, cabe distinguir entre el amor que termina por ser como una droga que uno consume y bajo cuyos efectos ya no es libre de ser como es o como quisiera, y el amor que, por el contrario, consigue hacer que uno sea más uno mismo y que su voluntad se torne de hierro, perfectamente en sí, brindándole la fortaleza para luchar contra viento y marea por lo que realmente ama. Este último tipo de amor, el certero, el que nace desde lo profundo de la voluntad y la fortifica en lugar de debilitarla y doblegarla, es el que se me ha revelado en mi amor hacia Ella. El auténtico amor no existe sin libertad y no se sostiene sin ella, pues esta representa toda la fuerza necesaria, toda la realidad y toda la voluntad, el fundamento radiante que inflama al espíritu en el fuego de una pasión sublime y verdadera. Todas las locuras que mi espíritu cometa bajo los efectos del misterioso amor serán locuras plenamente voluntarias, plenamente de mi espíritu, plenamente de mí ser. Un huracán de locuras como una danza gélida en mi espíritu, como una danza montés a ras del viento, en la cúspide de mí, embriagada de puro Olimpo, de puro ser. ¡Cuántas puertas de bondad y altruismo abre el amor a la voluntad! ¡Cuánta motivación de hacer el bien al ser amado y de entregarse sin solicitar nada a cambio, pero deseándolo todo en la llama viva de la ilusa esperanza! El amor es el motor interior que extrae lo mejor de nosotros, nuestra parte más generosa y noble.

jueves, 17 de abril de 2014

El príncipe que amaba




Había una vez, en un remoto reino más allá de las montañas del Este, un príncipe cuya hermosura era tal, que hechizaba a todas las doncellas y damas que lo miraban. Era más bello que el mismo Narciso y no había mujer que no lo mirase, que no lo persiguiese y lo amase.

Sin embargo, el príncipe no se encontraba satisfecho con su aspecto ni con lo que este generaba en las mujeres, porque se percataba de que todas lo amaban por su cuerpo y no por su espíritu, lo cual lo entristecía. Él estaba perdidamente enamorado del espíritu de una doncella que vivía en el pueblo. Pero no se atrevía a confesar su amor, y ocultaba ante ella y ante los demás sus sentimientos, pues temía que, como las otras, ella no lo amase por su espíritu sino por su cuerpo. Afligido el príncipe lloraba sin consuelo todas las noches.

Una tarde se le ocurrió una brillante idea: decidió huir del reino, muy lejos, a remotas tierras, para buscar el consejo de una sabia maga que vivía al otro lado de las montañas. Esa noche se montó sobre su caballo y escapó del castillo haciéndolo galopar tan rápido como pudo. Durante siete días y siete noches recorrió sin descanso gigantes territorios y largos caminos, atravesó ríos y escaló montañas, hasta que finalmente se encontró con una pequeña cabaña en lo profundo del bosque. Bajó de su caballo y tocó la puerta. Una anciana lo recibió. Era ella, Morgana, la hechicera que buscaba.

El príncipe la saludó con un gesto de reverencia, se arrodilló ante ella y le besó la mano. Morgana, sabia anciana que vivía sola en lo profundo del bosque, la de largas túnicas, le preguntó a que se debía su visita. Él le contó sobre su enorme tristeza, sobre el terrible maleficio con el que había nacido su cuerpo, maleficio que inducía a que no le amasen por su espíritu, sino por su apariencia viril. La sabia Morgana, tomándolo de la mano, le dijo que no se preocupara, que existía un remedio para aquello. El príncipe afirmó que temía que la doncella a quien él amaba por su espíritu, su Señora, no lo amase a él de la misma forma, sino por su varonil cuerpo, como las demás. La hechicera, con un gesto de sosiego en el rostro, le aconsejó que se hiciese pasar por una mujer, para que ella no viese su cuerpo como realmente era, y que si aún disfrazado lo amaba por su espíritu, entonces sería digna. El príncipe aceptó la oferta y la hechicera le entregó un polvo mágico que le daría la apariencia de mujer durante cuatro horas. Antes de que el príncipe se fuese, Morgana le advirtió tres veces que tuviese mucho cuidado, porque si estando bajo los efectos del polvo mágico se mojaba con agua, aunque fuese una sola gota, quedaría transformado en mujer para siempre. El príncipe se despidió agradecido de Morgana, se subió a su caballo y retornó al reino.

Desde su habitación en el castillo le escribió una carta anónima a su amada, y se la dio a un heraldo que vestía como hombre de pueblo, para que se la entregase. Era una carta que le proponía negocios muy fructíferos, que la levantarían de su pobre condición. Ella, al recibirla, se alegró mucho y aceptó la propuesta.

El príncipe se encontró con ella para la realización de los negocios. Esto volvió a ocurrir a menudo, durante un año. Pero cada vez que iba a verla, se rociaba cuidadosamente con el polvo y, antes de las cuatro horas, regresaba a su palacio. Con apariencia de mujer, se aproximaba a ella a menudo y le aconsejaba cada vez que necesitaba ayuda, le contaba sus alegrías y sus penas, sus experiencias, hasta sus pensamientos más recónditos, salvo el amor que le profesaba y su condición de príncipe. Logró entablar un lazo estrecho, al menos así lo parecía. Largas fueron las conversaciones que mantuvieron.

Hasta que un día ambos acordaron verse al lado de un inmenso lago llamado El Espejo del Cielo. El príncipe acudió con su apariencia de mujer, como de costumbre, y, cuando vio aproximarse a su amada, la saludó. Entonces le confesó su amor: “Yo te amo, como el día ama a la noche. Te amo, como los planetas aman al sol. Como ellos, mi vida gira  en torno  a la tuya. Te  amo con  la fuerza  de la  tierra y  el poder del cielo.”. “¿Tú?” - le inquirió ella con tono despectivo - “¿una mujer?”. El príncipe le preguntó: “¿Atiendes a mi cuerpo o atiendes a mi espíritu? ¿De qué te has enamorado?”. Ella, entonces, negó el amor del príncipe, se alejó de él con un gesto de repugnancia y dijo: “no te veré más”.

Pero las cuatro horas habían transcurrido y el hechizo empezó a desvanecerse, y de la doncella que era, el príncipe se transformó en un hombre hermosísimo, se reveló con su verdadero cuerpo viril. Su ingrata amada, al percatarse del hechizo y aturdida ante tanta hermosura y, principalmente, ante su enorme virilidad, le rogó que la perdonase. Clamó de rodillas que lo lamentaba, que en realidad si lo amaba, y él le respondió: “¿amas a mi espíritu o a mi cuerpo?” Y cuando ella afirmó amar a su espíritu, él, triste, le dijo: “No es así, porque si hubieses amado a mi espíritu lo amarías aún en el cuerpo de una mujer, porque mi espíritu siempre fue el de un príncipe”. Terminó de decir esto y, en medio de su despecho, tomó el polvo mágico que quedaba, se lo arrojó encima transformándose de nuevo en una mujer y se lanzó a las aguas del lago, quedando transformado, así, para siempre en una mujer.

Cuenta la leyenda que quienes sufren de amor y pasean cerca del lago durante la noche, contemplan a una figura femenina que solloza, y que es la del príncipe transformado. Se cree que los deseos de amor que se le pidan serán concedidos.

miércoles, 16 de abril de 2014

Sobre la naturaleza desinteresada del amor




Oh, maravillosa, ¿creéis que el amor no es atraído, por fuerza, por la virtud? Amáis a alguien porque posee algo en su ser que os embelesa, algo indescriptible, ora porque es hermoso, ora porque es inteligente, ora porque porta cualidades de personalidad que os insuflan dicha. Si os amo es porque inspirasteis aquello en mí, por lo cual sois verdaderamente digna. El sentir no puede sustraerse a las leyes que lo rigen. El amor no es factible de ir contra su propia naturaleza, la cual tiende hacia la belleza. ¿Por qué decís que no podéis ofrecerme más que sombras? Sé que no me amáis, pero ¿quien os dijo que el amor fuese criatura de transacciones, que meramente se permitiese ser en tanto fuese correspondido, en tanto conviniese? El amor desconoce la ciencia del cálculo. No espero que vuestra merced me ame. Sin embargo, os lo ruego, permitidme a mí amaros.